«Pensando…, me paso el día pensando…, y los vecinos mientras tanto…»   Algo así decía la canción de Alaska y los Pegamoides, ¿no?  Ah.., no, que era bailando…ja,ja,ja…   Bueno, se puede «adaptar» perfectamente.  «Pienso todo el día…, con o sin compañía…»

Así es como nos pasamos nuestros días. A todas horas haciendo elucubraciones, juzgando, interpretando, soñando, dando vueltas a la realidad que tenemos delante… pero ¿viviéndola?, ¿de verdad la vivimos?

Para comprender la música hay que escucharla, pero mientras pensamos [Yo] estoy escuchando esta música, ya no la escuchamos de verdad.   Alan Watts – «La sabiduría de la inseguridad».

Esto es lo que hacemos continuamente, en nuestros trabajos, con nuestra pareja, con nuestra familia, en nuestros hobbies.., pensamos sobre ellos, comparamos nuestro ideal con lo que tenemos, observamos la separación que hay entre lo que tenemos y lo que nuestra mente nos cuenta que es «ideal», pero pocas veces, estamos en ellos, nos entregamos de veras…  Y así vivimos, pensando en vivir.  Funcionamos con una sensación continua de no estar entregados al 100% a la vida, de no estar inmiscuidos en ella, de no estar viviendo plenamente.

Seguro que realizas o has realizado alguna actividad en la que se para el tiempo… en la que te olvidas de ti, en las que solo eres, y ¡qué maravilla! ¡qué relax! Eso es presencia. Eso es vivir la vida, y no pensar en la vida.

«Deja de pensar en la vida y resuélvete a vivirla».

¿No te pasa a menudo? ¿No sientes que no entregas ni das todo lo que tú eres? ¿No te pasa que piensas mucho sobre ti, sobre lo que eres, sobre lo que puedes o no puedes hacer, sobre lo que deberías o no deberías de hacer, sobre lo que podrías o no podrías estar haciendo? ¿Sobre cómo serás más feliz? ¿Sobre cómo estarás mejor?

Te pongo un ejemplo en el que se ve muy claro esa falta de presencia en nuestra vida: estás a punto de tener una entrevista de trabajo y como estás pensando «estoy en una entrevista de trabajo», «a ver qué pasa», «qué nervios», «lo haré bien», «a ver si no me quedo en blanco», «a ver si respondo inteligentemente, etc…,  ya no puedes entender al entrevistador ni implicarte plenamente con él, ni contestar ni mostrarte tal y como eres, ofreciendo y enseñando tu lado más auténtico…   Si estás pensando en la entrevista no puedes estar inmersa de veras en la entrevista.

Damos tanta importancia a lo que piensan los demás sobre nosotros, estamos tan preocupados haciendo adivinaciones de lo que los otros están pensando, estamos tan enfocados en los resultados que vamos a obtener de lo que hacemos, que no nos podemos concentrar en el proceso.

Hace algunos días, leía en un libro de Amy Cude (El poder de la presencia) lo siguiente: Denis Diderot, el filósofo y escritor francés del siglo XVIII, se enzarzó durante una cena en un debate sobre un tema que dominaba a fondo. Esa noche no estaba en su mejor momento, se sentía ausente, aislado, lleno de pensamientos, estaba cortado, preocupado por miedo a hacer el ridículo. En un momento dado, Diderot no supo qué argumentarle a su contrincante, no se le ocurrió ninguna respuesta inteligente. Poco después, abandonó la reunión. Mientras bajaba las escaleras, Diderot siguió recordando y recreando el humillante momento, buscando la réplica perfecta, buscando las palabras que le tenía que haber dicho. Nada más llegar al pie de las escaleras, le vino a la cabeza. ¿Debía dar la vuelta, subir las escaleras y volver a la cena con su aguda respuesta? Claro que no. Era demasiado tarde. El momento y la oportunidad habían pasado. Lo lamentó profundamente. Tenía la respuesta correcta, pero ¿por qué no apareció cuando «debía»? ¡Qué lástima no haber tenido la presencia mental para encontrar las palabras adecuadas cuando más lo necesitaba! Diderot, reflexionando sobre su experiencia escribió: «Un hombre sensible como yo, abrumado por la réplica de su interlocutor, se siente confundido y solo puede pensar con claridad de nuevo al llegar al pie de las escaleras». De modo, que acuñó la expresión francesa l’esprit d’escalier: el espíritu de las escaleras.

¿Cuántas veces te ha poseído este espíritu de las escaleras?

¿Te imaginas poder dejar de pensar todo el tiempo, dejar de juzgar, dejar de buscar la mejor actuación en cada momento y funcionar de una manera natural y espontánea?

La presencia es despojarse de cualquier juicio, muro y máscara para crear una conexión verdadera y profunda con la gente o las experiencias.  La presencia es poder ser yo misma y no perder la confianza, pase lo que pase. La presencia es ser conscientes de todo lo que pasa en nuestro interior y ser capaces de expresarlo sintiéndonos en paz y sin miedo. La presencia es vivir sin dar vueltas a lo que tengo delante, solo vivir.  La presencia es entregarme a lo que es a cada momento sin que mi cabeza me lleve a ningún otro sitio.

La presencia es no pensar tanto en la vida y vivirla más.

¿Te animas a practicar el arte de la presencia para por fin soltar el dejar de pensar?

Te pongo el link de la pegadiza canción de Alaska y los Pegamoides, practica cambiar el bailando por el pensando… , prueba a utilizarla como herramienta para desapegarte de tus pensamientos, no dejar que te dominen y entrar en presencia.  El baile es una buena manera de estar presente, así que mueve la cabeza, mueve el pie…, mueve la tibia y el peroné…

 

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