Nos pasamos la vida en busca de la felicidad. ¿Cómo puedo ser feliz? ¿Qué necesito para ser feliz? ¿En dónde está mi felicidad? Nos hacemos estas preguntas consciente o inconscientemente a todas horas. Es nuestro objetivo vital.

Somos eternos buscadores de la felicidad y lo hacemos a través de fórmulas de lo más variopintas.   Y esto no   es algo de ahora, algo que esté de moda, sino que llevamos toda la historia de la humanidad con el mismo objetivo.

Al poco de nacer emprendemos esa búsqueda y ya no la cesamos. Generalmente, cuando soy un niño «inocente» y de gafas limpias parece que tengo más capacidad para codearme con ella. Pero enseguida me voy alejando. Me alejo porque dejo de vivir en el aquí y ahora.

Cuando estoy en el colegio tengo ganas de hacerme mayor y pienso que allá en el instituto si me sentiré bien. Cuando llego al instituto creo que será cuando entre en la universidad y cuando sea mayor de edad. Cuando estoy en la universidad, pienso que cuando trabaje, tenga dinero y haga cosas importantes, ahí sí seré feliz. Cuando ya tengo ese súper trabajo creo que seré feliz cuando encuentre una pareja. Cuando tengo esa pareja, me digo que será cuando forme una familia. Cuando formo esa familia, creo que será cuando mis hijos acaben sus carreras y trabajen. Una vez que sucede esto, estoy deseando jubilarme para tener tiempo libre de verdad y libertad para hacer lo que quiera. Cuando llega esa jubilación, me siento con algún impedimento físico, ya no tengo tanta energía y miro hacia atrás y pienso que en el pasado si fui realmente feliz y no ahora.  Y así continuamente en nuestra vida.

Como ves…., la vida pasa y no la disfrutamos. Vivimos anhelando un futuro prometedor o con el foco en que todo tiempo pasado fue mejor.  ¿Terrible, no?   ¡Pero si lo único que tenemos es AHORA!

¿Por qué hemos sido capaces de conseguir tantas y tantas cosas a todos los niveles y en este sentido seguimos con tantos impedimentos?

Te voy a contar una bonita y clásica fábula que puede darnos alguna “pista”.

Al principio de los tiempos, «los dioses» se reunieron para crear al hombre y a la mujer. Lo hicieron a su imagen y semejanza hasta que uno de ellos dijo:

– Un momento. Si vamos a crearlos a nuestra imagen y semejanza, si van a tener un cuerpo igual al nuestro y una fuerza e inteligencia igual a la nuestra, entonces estamos creando nuevos dioses. Tenemos que pensar en algo que los diferencia de nosotros.

Después de mucho pensar, uno de ellos dijo:

– Ya lo sé, ya lo tengo. ¡Vamos a quitarles la felicidad!

– Pero, ¿ y dónde vamos a esconderla? – respondió otro.

– Vamos a esconderla en la cima de la montaña más alta del mundo.

– No creo que sea una buena idea. Los hombres con su fuerza y con su tesón acabarán por encontrarla. Y una vez que uno la encuentre se lo contará a los demás y muchos subirán a por ella.

– Entonces… podemos esconderla en el fondo del océano.

– No. Recuerda que les hemos dado inteligencia, con lo cual, tarde o temprano construirán una máquina o un aparato que pueda descender a las profundidades del océano.

– ¿Por qué no la escondemos en otro planeta que no sea la tierra?

– Tampoco creo que sea buena idea, porque llegará un día en el que desarrollarán una tecnología que les permita viajar a otros planetas. Entonces conseguirán la felicidad y serán iguales a nosotros.

Uno de los dioses, que había permanecido en silencio todo el tiempo y había escuchado con interés las ideas propuestas por los demás dijo:

– Creo saber el lugar perfecto para esconder la felicidad, ese lugar donde nunca la encuentren.

Todos le miraron asombrados y le preguntaron:

– ¿Dónde? Venga, dinos cuál es ese lugar.

– Allá va. La esconderemos dentro de ellos mismos. Sí, dentro de ellos mismos. Estarán tan ocupados buscándola fuera que nunca la encontrarán.

Todos los dioses estuvieron de acuerdo. Y desde entonces el hombre se pasa la vida buscando la felicidad fuera, sin darse cuenta que la lleva consigo.

¿Qué te parece? ¿Conocías esta fábula? Sabios, filósofos, psicólogos, eruditos nos han contado lo mismo. Que la fórmula para alcanzar la felicidad verdadera, esa que realmente dura, esa que nos trae paz, serenidad y nos hace sentirnos plenos es aquella que está dentro de nosotros.

Lo de fuera sí, nos da una felicidad momentánea por supuesto. Pero poco más. Cuando las circunstancias nos son favorables, cuando lo de fuera coincide con lo que yo quiero o con «lo que me han contado» socialmente que es ser feliz, me siento bien, voy tirando…, pero en lo profundo sigo sintiendo un vacío, un «algo» que me impide estar en paz totalmente. Siempre hay algo que falta, siempre hay una sensación de que hasta que no llegue «X» o «Y» o hasta que no se soluciones «X» o «Y» yo no voy a poder ser feliz de verdad. Esta es una creencia muy extendida.

Pero ahora sabemos que no hay mayor felicidad que la que emana de dentro. Nada ni nadie puede quitarnos esa felicidad, incluso en las “peores circunstancias”.

Como dice Viktor Frankl en su obra más conocida “El hombre en busca de sentido” :

“Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas – la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias para decidir su propio camino”.

La definición de felicidad que da Matthieu Ricard, un monje budista al que se le ha otorgado el título del hombre más feliz del mundo es la siguiente:

«El bienestar, la felicidad no es meramente una sensación de placer, sino una sensación de profunda serenidad y realización; un estado que impregna y subyace a todos los estados emocionales y a todas las alegrías y penas que se atraviesa en el camino». 

Como ves, el bienestar nada tiene que ver con mi estado emocional, nada tiene que ver con lo que existe fuera.  Puedo sentirme realmente triste, puedo estar pasando por una época de enfermedad, puedo haber tenido alguna pérdida y aún así, sentirme bien y vivir con el sentimiento de confianza en la vida,de  aceptación y de profunda serenidad.

 

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